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lunes, 3 de febrero de 2014

Los pinches tiranos


"Ese capataz es un verdadero tesoro" dijo mi benefactor. "Es algo demasiado raro para ser desperdiciado.
Algún día tienes que volver a esa casa".
"Se deshacía en elogiar a mi suerte de encontrar un pinche tirano, único en su género, con un poder casi
ilimitado. Pensé que el señor estaba loco. Me tomó años entender cabalmente lo que me dijo en ese entonces.
-Este es uno de los relatos más horribles que he escuchado en mi vida -dije-. ¿Realmente volvió usted a esa
casa?
-Claro que volví, tres años después. Mi benefactor tenia razón. Un pinche tirano como aquel era único en su
género y no podía desperdiciarse.
-¿Cómo logró usted regresar?
-Mi benefactor ideó una estrategia utilizando los cuatro atributos del ser guerrero: control, disciplina,
refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno.
Don Juan dijo que su benefactor, al explicarle lo que él tenía que hacer en la casa del patrón para enfrentar a
aquel ogro de hombre, también le reveló que los nuevos videntes consideraban que habían cuatro pasos en el camino del conocimiento. El primero es el paso que dan los seres humanos comunes y corrientes al convertirse en aprendices. Al momento que los aprendices cambian sus ideas acerca de sí mismos y acerca del mundo, dan el segundo paso y se convierten en guerreros, es decir, en seres capaces de la máxima disciplina y control sobre si mismos. El tercer paso, que dan los guerreros, después de adquirir refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno, es convertirse en hombres de conocimiento. Cuando los hombres de conocimiento aprenden a ver, han dado el cuarto paso y se han convertido en videntes. Su benefactor recalcó el hecho de que don Juan ya había recorrido el camino del conocimiento lo suficiente para haber adquirido un mínimo de los dos primeros atributos: control y disciplina.
-En aquel entonces, me estaban vedados los otros dos atributos -prosiguió don Juan-. El refrenamiento y la
habilidad de escoger el momento oportuno quedan en el ámbito del hombre de conocimiento. Mi benefactor me permitió el acceso a ellos a través de su estrategia.
-¿Significa eso que usted no hubiera podido enfrentarse al pinche tirano por su cuenta? -pregunté.
-Estoy seguro de que hubiera podido hacerlo yo solo, aunque siempre he dudado que hubiera podido hacerlo con estilo y elegancia. Mi benefactor disfrutó inmensamente dirigiendo mi tarea. La idea de usar un pinche tirano no es solo para perfeccionar el espíritu sino también para la felicidad y el gozo del guerrero.
-¿Cómo podría alguien gozar con el monstruo que describió usted?
-Ese señor no era nada en comparación con los verdaderos monstruos que los nuevos videntes enfrentaron
durante la Colonia. Todo parece indicar que aquellos videntes se quedaron bizcos de tanta diversión. Probaron que hasta los peores pinches tiranos son un encanto, claro esta, siempre y cuando uno sea guerrero. Don Juan explicó que el error de cualquier persona que se enfrenta a un pinche tirano es no tener una estrategia en la cual apoyarse; el defecto fatal es tomar demasiado en serio los sentimientos propios, así como las acciones de los pinches tiranos. Los guerreros por otra parte, no solo tienen una estrategia bien pensada, sino que están también libres de la importancia personal. Lo que acaba con su importancia personal es haber comprendido que la realidad es una interpretación que hacemos. Ese conocimiento fue la ventaja definitiva que los nuevos videntes tuvieron sobre los españoles.
Dijo que estaba convencido de que podía derrotar al capataz usando solamente la convicción de que los
pinches tiranos se toman mortalmente en serio, mientras que los guerreros no.
Siguiendo el plan estratégico de su benefactor, don Juan volvió a conseguir trabajo en el mismo molino de
azúcar. Nadie recordó que él trabajó allí; los peones trabajaban en el molino de azúcar por temporadas.
La estrategia de su benefactor especificaba que don Juan tenia que ser esmerado y circunspecto con quien
fuera que llegara buscando otra víctima. Resultó que la misma señora llegó, como lo había hecho años antes y se fijó inmediatamente en don Juan, quien tenía aún más fuerza física que la vez anterior.
Tuvo lugar la misma rutina con el capataz. Sin embargo, la estrategia requería que don Juan, desde el
principio, rehusara pago alguno al capataz. Al hombre jamás se le había hecho eso, y quedó asombrado.
Amenazó con despedir a don Juan del trabajo. Don Juan lo amenazó por su parte, diciendo que iría directamente a la casa de la señora a verla. Le dijo al capataz que él sabía donde vivía ella, porque trabajaba
en los campos aledaños cortando caña de azúcar. El hombre comenzó a regatear, y don Juan le exigió dinero antes de aceptar ir a casa de la señora. El capataz cedió y le entregó algunos billetes. Don Juan se dio perfecta cuenta de que el capataz accedía sólo como ardid para conseguir que aceptara el trabajo.
El mismo me llevó de nuevo a la casa -dijo don Juan-. Era una vieja hacienda propiedad de la gente del
molino de azúcar; hombres ricos que o bien sabían lo que pasaba y no les importaba, o eran demasiado
indiferentes para darse cuenta.
"En cuanto llegamos ahí, corrí a buscar a la señora. La encontré, caí de rodillas y besé su mano para darle
las gracias. Los dos capataces estaban lívidos."El capataz de la casa me hizo lo mismo que antes. Pero yo estaba preparadísimo para tratar con él; tenía yo control y disciplina. Todo resultó tal como lo planeó mi benefactor. Mi control me hizo cumplir con las más absurdas necedades del tipo. Lo que generalmente nos agota en una situación como ésa es el deterioro que sufre nuestra importancia personal. Cualquier hombre que tiene una pizca de orgullo se despedaza cuando lo hacen sentir inútil y estúpido.
“Con gusto hacía yo todo lo que el capataz me pedía. Yo estaba feliz y lleno de fuerza. Y no me importaban
un comino mi orgullo o mi terror. Yo estaba ahí como guerrero impecable. El afinar el espíritu cuando alguien te pisotea se llama control.”
Don Juan explicó que la estrategia de su benefactor requería de que en lugar de sentir compasión por sí
mismo, como lo había hecho antes, se dedicara de inmediato a explorar el carácter del capataz, sus
debilidades, sus peculiaridades.
Encontró que los puntos más fuertes del capataz eran su osadía y su violencia. Había balaceado a don Juan
a plena luz del día y ante veintenas de espectadores. Su gran debilidad era que le gustaba su trabajo y que no quería ponerlo en peligro. Bajo ninguna circunstancia intentaría matar a don Juan dentro de la propiedad,
durante el día. Su otra gran debilidad consistía en que era hombre de familia. Tenia una esposa e hijos que
vivían en una casucha cerca de la casa.
-Reunir toda esta información mientras te golpean se llama disciplina -dijo don Juan-. El hombre era un
demonio. No tenia ninguna gracia que lo salvara. Según los nuevos videntes, el perfecto pinche tirano no tiene ninguna característica redentora.
Don Juan dijo que los dos últimos atributos del ser guerrero, que él aún no tenia en aquel entonces, habían
quedado automáticamente incluidos en la estrategia de su benefactor. El refrenamiento es esperar con
paciencia, sin prisas, sin angustia; es una sencilla y gozosa retención del pago que tiene que llegar.
-Mi vida era una humillación diaria -prosiguió don Juan-, a veces hasta lloraba cuando el hombre me pegaba
con su látigo, y sin embargo, yo era feliz. La estrategia de mi benefactor fue lo que me hizo aguantar de un día a otro sin odiar a nadie. Yo era un guerrero. Sabía que estaba esperando y sabía qué era lo que esperaba. Precisamente en eso radica el gran regocijo del ser guerrero. Agregó que la estrategia de su benefactor incluía acosar sistemáticamente al hombre, escudándose siempre tras un orden superior, así como habían hecho los videntes del nuevo ciclo, durante la Colonia, al escudarse con la iglesia católica. Un humilde sacerdote era a veces más poderoso que un noble. El escudo de don Juan era la señora dueña de la casa. Cada vez que la veía se hincaba ante ella y la llamaba santa. Le rogaba que le diera la medalla de su santo patrón para que él pudiera rezarle por su salud y bienestar.
-Me dio una medalla de la virgen -prosiguió don Juan-, y eso casi aniquiló al capataz. Y cuando conseguí que las cocineras se reunieran a rezar por la salud de la patrona casi sufrió un ataque al corazón. Creo que
entonces decidió matarme. No le convenía dejarme seguir adelante.
"A manera de contramedida organicé un rosario entre todos los sirvientes de la casa. La señora creía que yo
tenia todas las características de un santo.
"Después de aquello ya no dormía profundamente, ni dormía en mi cama. Cada noche me subía al techo de
la casa. Desde allí vi dos veces al hombre llegar a mi cama con un cuchillo.
"Todos los días me empujaba a los pesebres de los garañones con la esperanza de que me mataran a
patadas, pero yo tenia una plancha de tablas pesadas que apoyaba en una de las esquinas. Yo me escondía
detrás de ella y me protegía de las patadas de caballo. El hombre nunca lo supo porque los caballos le daban náuseas; era otra de sus debilidades, la más mortal de todas, como resultó al fin.
Don Juan dijo que la habilidad de escoger el momento oportuno es una cualidad abstracta que pone en
libertad todo lo que está retenido. Control, disciplina y refrenamiento son como un dique detrás del cual todo está estancado. La habilidad de escoger el momento oportuno es la compuerta del dique.
El capataz sólo conocía la violencia, con la cual aterrorizaba. Si se neutralizaba su violencia quedaba casi
indefenso. Don Juan sabía que el hombre no se atrevería a matarlo a la vista de la gente de la casa, así. que
un día, en presencia de otros trabajadores y también de la señora, don Juan insultó al hombre. Le dijo que era un cobarde y un asesino que se amparaba con el puesto de capataz.
La estrategia de su benefactor exigía que don Juan estuviera alerta para escoger y aprovechar el momento
oportuno y voltearle las cartas al pinche tirano. Cosas inesperadas siempre suceden así. De repente, el más
bajo de los esclavos se burla del déspota, lo vitupera, lo hace sentirse ridículo frente a testigos importantes, y
luego se escabulle sin darle tiempo de tomar represalias.
-Un momento después -prosiguió don Juan-, el hombre enloqueció de rabia, pero yo ya estaba piadosamente hincado frente a la patrona.
Don Juan dijo que cuando la señora entró a su recamara, el capataz y sus amigos lo llamaron a la parte
trasera de la casa, supuestamente para hacer un trabajo. El hombre estaba muy pálido, blanco de ira. Por el tono de su voz don Juan supo lo que el hombre pensaba hacer con él. Don Juan fingió obedecer, pero en vez de dirigirse adonde el capataz le ordenaba corrió hacia los establos. Confiaba en que los caballos harían tanto ruido que los dueños de la casa saldrían a ver lo que pasaba. Sabía quo el hombre no se atrevería a dispararle, y que tampoco se acercaría adonde estaban los caballos. Esa suposición no se cumplió. Don Juan había empujado al hombre más allá de sus límites.
-Salté al pesebre del más salvaje de los caballos -dijo don Juan-, y el pinche tirano, cegado por la rabia, sacó su cuchillo y se metió tras de mí. Al instante, me escondí detrás de mis tablas. El caballo le dio una sola patada y todo acabó.
"Yo había pasado seis meses en esa casa,. y durante ese periodo ejercí los cuatro atributos de ser guerrero.
Gracias a ellos había triunfado. Ni una sola vez. sentí compasión por mí mismo, ni lloré de impotencia. Sólo
sentí regocijo y serenidad. Mi control y mi disciplina estuvieron afilados como nunca lo estuvieron. Además,
experimenté directamente, aunque no los tenía, lo que siente el guerrero impecable cuando usa el
refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno."
"Mi benefactor explicó algo muy interesante. Refrenamiento significa retener con el espíritu algo que el
guerrero sabe que justamente debe cumplirse. No significa que el guerrero ande por ahí pensando en hacerle
mal a alguien, o planeando cómo vengarse y saldar cuentas. El refrenamiento es algo independiente. Mientras el guerrero tenga control, disciplina y la habilidad de escoger el momento oportuno, el refrenamiento asegura que recibirá su completo merecido quienquiera que se lo haya ganado."
-¿Triunfan alguna vez los pinches tiranos, y destruyen al guerrero que se les enfrenta? -pregunté.
-Desde luego. Durante la Conquista y la Colonia los guerreros murieron como moscas. Sus filas se vieron
diezmadas. Los pinches tiranos podían condenar a muerte a cualquiera, por un simple capricho. Bajo ese tipo de presión, los videntes alcanzaron estados sublimes.
Aseguró don Juan que, en esa época, los videntes que sobrevivieron tuvieron que forzarse hasta el límite
para encontrar nuevos caminos.
-Los nuevos videntes -dijo don Juan mirándome con fijeza- usaban a los pinches tiranos no sólo para
deshacerse de su importancia personal sino también para lograr la muy sofisticada maniobra de desplazarse
fuera de este mundo. Ya entenderás esa maniobra conforme vayamos discutiendo la maestría de estar
consciente de ser.
Le expliqué a don Juan que lo que yo le había preguntado era si, en el presente, en nuestra época, los
pinches tiranos podrían derrotar alguna vez a un guerrero.
-Todos los días -contestó-. Las consecuencias no son tan terribles como las del pasado. Hoy en día, por
supuesto, los guerreros siempre tienen la oportunidad de retroceder, luego reponerse y después volver. Pero el problema de la derrota moderna es de otro género. El ser derrotado por un repinche tiranito no es mortal sino devastador. En sentido figurado, el grado de mortandad de los guerreros es elevado. Con esto quiero decir que los guerreros que sucumben ante un repinche tirano son arrasados por su propio sentido de fracaso. Para mí eso equivale a una muerte figurada.
-¿Cómo mide usted la derrota?
-Cualquiera que se une al pinche tirano queda derrotado. El enojarse y actuar sin control o disciplina, el no
tener refrenamiento es estar derrotado.
-¿Qué pasa cuando los guerreros son derrotados?
-O bien se reagrupan y vuelven a la pelea con más tino, o dejan el camino del guerrero y se alinean de por
vida a las filas de los pinches tiranos.

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